jueves, 8 de octubre de 2009

El rey niño

Sandra, mi compañera de trabajo, me mostró un cuento corto que escribió hace muchos años. El cuento habla de un rey de duendes, que vive en su mundo de fantasías y se enamora de mujeres humanas. Por lo que muchas noches se transforma en humano y las va a visitar.
Es cortito, pero me gustó mucho...

Esta tarde, como no tenía ni media gana de programar... escribí algo que está mezclado con ese cuento.

El rey niño

Tirano despiadado, opinaban muchos. Alma solidaria, muchos más.
Rodeado de su corte de aduladores, hipócritas e inútiles, el anciano rey jamás podría contentar a todos los corazones de sus súbditos.

Rey niño… rey viejo… vivió una existencia abrumada, por el peso del oro sobre sus sienes.
No hubo juegos, ni juguetes. No tuvo cuentos, ni historias de abuelos.
Sólo él, escapando a su soledad de soledades (la soledad de los que están rodeados de nada), creó en su imaginación, los sueños de los niños.
Entonces soñó con hadas y duendes. Princesas y sapos. Héroes y villanos de fantasías.
Voló en su niñez de Peter Pan y Campanita. Adolescente, se hizo amigo de un genio maravilloso. En su juventud, navegó los siete mares de piratas.
Aprendió el uso de las varitas; esparció polvos mágicos por doquier; disparó sus cañones frente a barcos fantasmas… y besó labios dormidos eternamente.
Sólo en su mente y en su corazón encontró calor para vivir. Sólo en sus sueños, tuvo las esperanzas de algún día viajar a esos mundos de color y de magia.

Los años de reinado, jamás permitieron que despegara sus pies en un vuelo de estrellas. La realidad del castillo, cruel y fría, lo sujetó con las más pesadas cadenas, las de la tristeza.

Pero una noche…

El viejo rey subió lentamente los peldaños de piedra, rumbo a la más alta de las torres. Cansado, abatido, degastado su corazón de fantasía. Decidió emprender su último vuelo. El que lo llevara lejos de esta realidad. Que lo regresara a una infancia que nunca tuvo.
Escalón tras escalón, se desprendió de joyas y corona. De su pesada capa roja y de sus finas ropas doradas.
La puerta de la torre lo recibió y presentó al frío de la luna llena. Lo invitó a salir, a dar los tres pasos que lo separaban del abismo. El sibilante viento, lo tomó de las manos, acompañando a ese rey soñador, a que despegara a sus sueños.

Y en ese momento plateado de luna, un cálido y fugaz resplandor detuvo el tiempo. Y no hubo viento, y no hubo frío.
El viejo rey se encontró frente a otro rey, el de un reinado invisible. Un rey de historias fantásticas y de magia. Un rey de duendes.
- Este no es tu tiempo, ni tu lugar – dijo el rey de duendes - Por lo tanto, rey de sueños, te doy un pasaporte a mi mundo de fantasías. Llegarás sin corona ni trono. Y serás el más feliz de sus habitantes. Porque serás sólo lo que tu imaginación desee

Y el rey de sueños volvió a ser niño. Volvió a volar (pero de veras) en polvos de estrellas. Se sumergió en las profundidades de los cantos de las sirenas. Cruzó a través de mil espejos y de mundos del revés. Fue un valiente luchando frente a gigantes… y un sapo encantado saltando entre los pantanos.
Y… sí… como es de esperar en estos cuentos, encontró a la princesa que lo besara y lo amara para siempre.

Y jamás, del nunca jamás, se alejó de la calidez de su eterno amigo, el rey de duendes.